¿Acaso el mundo no es sino la sombra de una nube que, no bien el hambriento de sombra la anhela, se disuelve…? (Ibn al-Mu'tazz)



viernes, 23 de marzo de 2012

Ghazal del corro de niñas






Un corro de niñas salta y juega y ocupa la calle
que asciende hacia los jardines del mirador.
Cuando llego a su altura el corro se abre para que pase,
mas cuando lo atravieso me atrapan en medio, lo cierran y cantan divertidas:

Éste es, éste es,
córtale el paso, detenle ya,
que pida permiso si quiere pasar.

Permanecen quietas, las manos entrelazadas y los corazones palpitantes.
Sus pómulos se iluminan de arrebol,
hay picardía en sus miradas y sus labios semicerrados
se muestran temblorosos como si se desvanecieran.

¿Qué debo hacer para poder salir?,
 les digo con suave insolencia contenida.

Tienes que elegir a una de nosotras.
No puedes hablar ni señalar con el dedo.
No puedes detenerte ni hacer ningún gesto.
Sólo tienes que indicarlo con la mirada.

Nunca me había visto en tal apuro.
Giro sobre mí mismo mirando a cada una de ellas
cuyas risas empiezan a aflorar primero de modo tímido,
luego se erizan nerviosas y estallan agitadas.
Repentinamente el cerco se abre y todas las niñas
se descuelgan unas de otras y vuelven a cantar con gran clamor:

Ya eligió, ya eligió,
fuiste tú o acaso fui yo,
que siga su camino y llegue hasta el sol.

Dejo a mi espalda la infancia saltarina 
y bendigo su alegría y su encantado atrevimiento.
Pero las letrillas de su canción se pegan a mis sienes y me hacen pensar.
¿Cuál será de ahora en adelante mi camino?
¿Qué sol alcanzaré?





*Fotografía de Angèle Etoundi Essamba

domingo, 4 de marzo de 2012

Ghazal del ciego desamado





Al atravesar el mercado de las esencias
me atrajo el tañido de un laúd cuya cadencia triste
era acompañada  por el canto de un ciego joven que me conmovió.

No demos lugar al infortunio, gacela,
decía la enigmática letra,
pues mientras fluyan las aguas ocultas
será posible mantener la fertilidad de nuestros sentimientos.

Ninguno de los dos hemos nacido
para ser engullidos por las tierras áridas
ni para acabar como siervos de la monotonía.

Convirtámonos en zahoríes sin desaliento
hasta que la frágil vara de avellano acierte con el pozo de la vida.
Escarbemos entonces allí y saciemos con placer nuestras carencias.

¿Te la enseñó tu abuelo o la cantabais en la madrasa?,
le pregunté mientras contemplaba sus ojos velados
que ignoraban las luces y borraban el paisaje. 

Fue un desamor el que hizo crecer esta súplica
desde el fondo de mi corazón, me replicó con melancolía.
La canción no nace de lo que se posee ni de la cercanía de la belleza.
Sino que siempre es huérfana de la ausencia e hija maldita de la soledad.

¿Cómo llevarle la contraria a aquel que veía la vida con mayor claridad
que los que la perseguimos con ansia e insatisfacción?





*Fotografía de Angèle Etoundi Essamba