Coger el cálamo es fácil, disponer la tinta y el pliego está al alcance,
pero me avergüenza la traición de la mente en blanco.
¿Cómo empezar, pues, a escribir, venerable,
¿Cómo empezar, pues, a escribir, venerable,
sin que me acose la desazón por la palabra que no fluye?
No esperándola, responde el anciano. Escuchando sin prisas
el rumor que bulle en ti desde tus orígenes y que contienes a duras penas.
Mirando la lejanía como si estuviera a tu alcance
y alejando lo inmediato hasta que se revele su dimensión.
Contemplando el paisaje como si fuera el pequeño espacio de tu casa
y parando en tu morada como si se tratase de la extensión del campo abierto.
Ignorando las horas y negando los días.
Pero entre tanta vorágine del mundo, maestro, ¿cómo concentrame?
Ahuyenta las voces que gritan estruendosas y no dicen,
las lágrimas que exageradas corren y no sienten,
las quejas que tensan y no aplacan,
los silencios que parecen clamor y son vacíos.
Y si a pesar de tus sabias instrucciones mi mano queda en alto,
¿cómo no desesperar ni rendirme a la impotencia?
No te importe tanto el acto de coger la caña, mi joven amigo,
sino los garabatos de la mente y los trazos de la memoria.
Emborrona el rincón donde se acumulan tus pensamientos.
Deja que se aireen las ocurrencias que te parecen inconexas.
Abandoné los útiles a un lado y miré las palmas de mis manos abiertas,
invocando el instante, anhelando la inspiración.