A los que tenemos casa no nos importan
quienes carecen de techo.
A los que tenemos oficio no nos interesan
aquellos que no aprendieron.
A los que dormimos tranquilos no nos interfieren
quienes perdieron el sueño.
A los que tenemos un salario no nos afectan
los expropiados.
A los que hacemos del alimento un placer no nos gusta concebir
que muchos tengan dificultad para nutrirse.
A los que no carecemos de amor no nos atraen
los huérfanos de afecto.
A los que paseamos por los mismos espacios no nos concierne
el desasosiego de los trashumantes.
A los que no se nos niegan risas no nos alcanzan
los que las reprimen.
A los que nos consideramos saludables no se nos ocurre imaginar
siquiera el dolor de los desahuciados.
A los que nos ubicamos en un territorio que creemos firme no nos atañen
los expulsados de los suyos.
A los que se nos reconocen derechos no nos implican
quienes ignoran en su propia carne el valor del respeto.
Pero ¿quién de nosotros puede apostar que cuanto tenemos hoy
será un don que gozaremos siempre?
Imagen: Jakob Tuggener