Me acerqué hasta el anciano mientras dormitaba apacible.
De sus manos deformes y rígidas escapaban algunos pliegos
que recitaban episodios de su vida dilatada y que reescribía.
Yo le había visto memorizar textos en varias ocasiones,
y cambiar, si lo consideraba, el sentido y la intención.
Un escrito es como el aire que expelemos, llegó a decirme una vez,
y del mismo modo que no hay una respiración para siempre
no hay un solo ejercicio transcrito para siempre.
En mi imprudencia enderecé entre mis dedos aquellos papeles
que sujetaba firmemente y leí con asombro:
Di que vienes a mí como el primer día.
Abundante y ligera como el primer día.
Luminosa y alegre como el primer día.
Como el primer día iniciaremos el camino que acaba con el mismo sol
y se reanuda a través de la aurora siguiente.
Cada jornada es única, mas también eterna.
Sé que vienes a mí, tú la imprescindible.
La posición de su regazo caído impidió que prosiguiera la lectura.
El gozo acarició mi pecho y sentí al hombre irrenunciable.
Del que él era portador. Del que yo pretendía aprender.
* Imagen de Manuel Boix. http://www.manuelboix.com/