El niño se ovilla
y con cada sombra que recorre
el cuarto en las noches
se inquieta.
Siempre detrás hay
un tótem
con calor natural
dispuesto a protegerle.
Más adelante tendrá
que recurrir a otro ídolo
una máscara
que llega con palabras de divinidad.
Ambas lenguas le servirán
para afrontar los miedos
y creerse seguro en medio
de las tormentas.
Una le sirve para hablar al mundo
y prevenirse de él.
La otra es más difícil
pues tiene que enfrentarse
con el temor más íntimo.
Aún no sabe aquel niño
si fue el azar
o la bondad conque le mecieron
lo que le salvó.
Hoy carece
de aquellas voces
y se habla a sí mismo
unas veces con ironía
otras con desgarro
buscando el alma de las letras.
Imagen: Ugo Mulas