Un corro de niñas salta y juega y ocupa la calle
que asciende hacia los jardines del mirador.
Cuando llego a su altura el corro se abre para que pase,
mas cuando lo atravieso me atrapan en medio, lo cierran y cantan divertidas:
Éste es, éste es,
córtale el paso, detenle ya,
que pida permiso si quiere pasar.
Permanecen quietas, las manos entrelazadas y los corazones palpitantes.
Sus pómulos se iluminan de arrebol,
hay picardía en sus miradas y sus labios semicerrados
se muestran temblorosos como si se desvanecieran.
¿Qué debo hacer para poder salir?,
les digo con suave insolencia contenida.
Tienes que elegir a una de nosotras.
No puedes hablar ni señalar con el dedo.
No puedes detenerte ni hacer ningún gesto.
Sólo tienes que indicarlo con la mirada.
Nunca me había visto en tal apuro.
Giro sobre mí mismo mirando a cada una de ellas
cuyas risas empiezan a aflorar primero de modo tímido,
luego se erizan nerviosas y estallan agitadas.
Repentinamente el cerco se abre y todas las niñas
se descuelgan unas de otras y vuelven a cantar con gran clamor:
Ya eligió, ya eligió,
fuiste tú o acaso fui yo,
que siga su camino y llegue hasta el sol.
Dejo a mi espalda la infancia saltarina
y bendigo su alegría y su encantado atrevimiento.
Pero las letrillas de su canción se pegan a mis sienes y me hacen pensar.
¿Cuál será de ahora en adelante mi camino?
¿Qué sol alcanzaré?
*Fotografía de Angèle Etoundi Essamba