Existe la ciudad dorada y la he visto a lo lejos.
Desde que la descubrí supe que tenía que dirigirme a ella
fueran cuales fueran los caminos que conducen al suntuoso destino.
En la intención reside mi fuerza y ésta hace de brújula
por más que en ocasiones las arenas del desierto obstaculicen su mecanismo.
No dudo de que tendré que sortear agrestes farallones
o transitar por rutas cuya soledad abruma
o desmontar los sedimentos que hacen impracticable el ascenso.
Las cúpulas, cada vez más cercanas, me iluminan y me centran.
Considérome afortunado porque el fin y el medio se alimentan mutuamente
regando mis venas.
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