Era tal el disfrute de mis sentidos
que casi no oí a los jinetes que escudriñaban mis pasos.
Debieron acampar en las cercanías de mi escondite.
El viento traía sus voces, agitadas por la defección de no hallarme,
y bendije el viento aliado, el aire cómplice que sentía como yo,
y me avisaba bondadosamente.
Siempre podré guarecerme entre los corales, me dije,
y entre las cavidades submarinas que saben de todas las bellezas
salvo de ti.
Alenté a mi fiel équido en dirección opuesta a la tropa insaciable
para que no fuera parte de mi destino si éste era nefasto.
Los cañaverales y la noche acabaron de edificar mi defensa
en un pacto secreto con el piélago.
Supe entonces que la naturaleza se pone de parte de aquel amante
que busca inagotable la naturaleza sincera del amor.
Reconocido estoy a su magnánima protección, y me unjo en ella.
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