Hay noches en que las estrellas semejan tornasoles
pero a mi me parecen lágrimas de ausencia.
Hacer el ademán de capturarlas es tan osado
como intentar hundir el brazo en la arena del desierto
para tocar el primer oleaje del mar que late allá abajo.
Entonces sueño que se precipitan hasta mí
y que entre luces y ráfagas me muestran tu rostro
enjugando la torpe flaqueza de un corazón inflamado.
La estrellas no hablan ni ciegan. Susurran
y yo escucho en ellas tu tenue voz. Iluminan
y yo veo en su destello tu mirada extensa.
No deseo despertar sino en la confluencia de tus brazos
y sobre el delta que el mar torna fecundo.
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