Me gusta cuando la palma de tu mano
se hace cuenco de arcilla y recoge mis lágrimas.
Mis lágrimas guardadas de las noches ausentes.
Yo te las ofrezco y ambos catamos para conjurar la sequedad antigua.
Bebemos más y un fulgor de piedras y de ramas
nos bulle en las entrañas. El calor está aquí, líquido y denso, entre nosotros.
Espléndido abrevar del hombre y la mujer en las noches de luna.
Dos seres que confluyen en la mudez del misterio y se sacrifican
en la espera merecida. Aquí, sobre el manto de la tierra, entregados al destino.
Justo hace un momento, leía que somos barro y luz...
ResponderEliminarBarro que se moldea al ritmo de lágrimas y esperas y luz que emerge de donde no sospechábamos encontrarla.
Las lágrimas guardadas en las noches ausentes son las que sacan de adentro todo lo que el corazón, alma y pensamiento sienten.
Leo con admiración tu sentido poético, Athenea, muchas gracias.
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