Dime, ¿cómo se aprende el amor?
El amor se aprende cuando desapareces
ante tus propios ojos.
Puede ser durante una tarde solitaria y extensa de verano
o en el patio de la vecindad a la caída de la noche.
Puede ser cuando bajas hasta la orilla del río
donde las muchachas se prenden de sus jolgorios
o en el cuarto que hay bajo la escalera.
Puede ser de improviso en una calle
o compartiendo la lectura de los viajeros de Oriente.
Las luces son tibias y el calor cerca las mentes.
Privado en el silencio de la casa
oyes de pronto una voz sofocada que se acerca
y un jinete desnudo se detiene ante ti
azuzando sombras que le ocultan a otras miradas.
Te dice: sígueme.
Y tú, deslumbrado y perplejo, te resistes a replicarle.
¿Y mi corcel?, le contestas por fin.
Te cederé el mío.
Y tú, entonces, ¿cómo avanzarás?
Yo soy tú, en quien no te reconoces todavía.
Tomarás las bridas como si fueras yo mismo.
Pero ignoro dónde debo dirigirme, insistes temeroso.
El audaz nunca sabe dónde va a llegar.
El decidido no se rinde antes de situarse al borde.
El que vive la vida como aventura no se resigna.
Quien se pregunta una vez lo hará mil veces más.
Porque no hay respuestas definitivas
ni la experiencia es una matemática que resuelve
los ejercicios de la vida.
¿Y si me agoto antes? El esfuerzo es grande
y sospecho que el camino resultará largo y solitario.
Pero el jinete no quiso responderle.
Agitó el caballo y aseveró:
Nada debe cesar mientras no se aprende el amor.
Sube.
*Fotografía de Angèle Etoundi Essamba